El estado (paralelo) de las cosas (VII): Ascender a los cielos

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Por Marasmo Pop

  1. En El canon occidental -libro extraordinariamente malinterpretado y leído con una mala conciencia notable- el cascarrabias de Harold Bloom lograba prever con precisión suiza el florecimiento de la cultura progresista en los claustros académicos. A ese ascenso lo llamó ¿maliciosamente? con un nombre que de solo pronunciarlo encuentra enemigos por doquier. Bloom hablaba de el progresismo académico con el término “escuela del resentimiento”.
  1. En su momento Bloom fue tildado de viejo reaccionario y conservador, negador de los cambios que desde finales de los 70 venían instalándose con cada vez más peso en las universidades más dominantes del mundo. Bloom veía con preocupación a esos cambios pero no por que fuera una suerte de defensor irrestricto del ancien regime. Por el contrario, entendía que la ideología que subyacía al progresismo triunfante en la academia terminaría por dar un giro contra los presuntos intereses que el mismo progresismo debía defender originalmente (recordemos que el pensamiento progresista tiene una base liberal que tanto Bloom como Rorty reconocen, porque comprenden la historia de esa tradición, algo claro para el mundo anglosajón pero confuso para el mundo latino que mezcla aviesamente liberal con conservador).
  1. En 2015, con el triunfo de Cambiemos en las elecciones presidenciales, reflotó un tema que parecía sobrevolar las preocupaciones ante el “retorno restaurador” (acaso un modo mas elegante de describir el patotero “retorno neoliberal”) y más específicamente retornó como problema a la hora de pensar cuál sería la política oficial frente al empleo público (y consecuentemente qué lugar daría al empleo privado). Ese tema no era otro que el de la meritocracia.
    A su vez -vaya uno a saber si por una percepción del zeigeist- esa preocupación se vio acompañada por la circulación de una publicidad bastante poco feliz sobre ese concepto. Poco feliz porque no hacía otra cosa que confirmar el prejuicio que el progresismo siempre había mantenido frente a esa palabra. Y con razón, lamentablemente.
  1. El temor de lo que pudiera venir y la masificación de la publicidad aludida puso al problema de la meritocracia como centro de un pequeño debate que duró lo que una flatulencia en una canasta, aceptémoslo. Pero mientras duró la discusión, puso en evidencia las ignorancias varias que rodeaban el asunto.
    Hoy, casi un año después de esa elección en donde el régimen anterior presuntamente cambiaba de un polo ideológico al extremo contrario, es interesante volver a esa preocupación esteril para preguntarse hasta donde el cambio efectivamente sucedió a la vez que cuestionar algunos lugares comunes que sobrevolaron. Detengámonos entonces en algunas ideas y veamos hacia donde nos llevan.
  2. Ante la ausencia de políticas meritocráticas reales en la tradición de las políticas públicas del estado argentino, lo mejor será pensar en un término inventado, la meritocracia posible. Para clarificar las cosas debemos enfrentar a la meritocracia posible (MP), que piensa y asigna un valor a las políticas de estado, y contraponerla a la meritocracia realmente existente (MRE) y el progresismo realmente existente (PRE) , sobre cuya diferencia con el progresismo verdadero ya me he expresado en su momento aquí.
  1. La meritocracia posible (MP), dada su explícita inexistencia en el contexto local, no es discutida, sino tergiversada y deliberadamente confundida en manos del progresismo, quien sustituye la MP por la meritocracia realmente existente (MRE). El progresismo, que hoy por hoy en buena parte del mundo no es otra cosa que una forma del populismo de centroizquierda, no piensa en políticas de estado, sino que supedita políticas redistrubutivas y equitativas a políticas de inversión asimétrica (que no es otra cosa que fundar una falsa igualdad invirtiendo la asimetría previa pero en orden cambiado, generando asi una nivelación hacia abajo). De esa confusión nace el horror que sigue.
  1. Es que el PRE no es otra cosa sino un sistema sostenido sobre la negación del mérito individual. Esa elección ideológica (la negación del individuo) propugna una falsa igualdad sostenida en la necesidad de ascenso social, que en realidad es un descenso estructural. El PRE no permite el ascenso socioeconómico sino el estancamiento y la equiparación empobrecedora como pacto necesario de una redistribución fabulada de roles en el tablero de poder. Esto no es otra cosa que el resentimiento operando como política de estado: no se produce un ascenso como condición posible de la mezcla entre el esfuerzo individual y colectivo sostenido sobre políticas de acceso que compensen las asimetrias vitales de individuos que provienen de experiencias distintas (acaso el progresismo, como instancia superadora del liberalismo parecía prometer eso). Por el contrario, la negación del mérito estimulado por el PRE fomenta el resentimiento y la fractura social: individuos con capacidades pero sin el espacio que merecen, estado de lo público como lugar de saqueo y empobrecmiento colectivo. 
  2. El ejemplo de esto se ha puesto de manifiesto en los útimos años en las formas en las que el kirchnerismo pensó el acceso de sus simpatizantes y fanáticos a la plana del estado. El PRE es el festival del ascenso de las cuartas y quintas líneas a instancias de responsabilidad y jerarquía de primer orden. Esta concepción –a primera vista plausible de confundirse con la idea de democratización- echó por tierra una de las concepciones más nobles que el empleo público siempre debió tener (y que Argentina pauperizó década tras década): que el empleo en el estado debía implicar un prestigio derivado de la excelencia y las aptitudes evaluadas en quien ingresaba a la planta de trabajo estatal. Y que desde ese ejemplo el empleo privado debía competir para mejorar. Pero nada de eso sucedió. O al menos ha dejado de suceder desde hace casi 60 años. Sin ir más lejos tómense el trabajo de evaluar la excelencia del plantel de comunicadores extendidos en los medios estatales y para estatales entre 2003 y 2015 y podrán identificar la idea con meridiana claridad (o vean la foto que ilustra esta nota).
  1. El PRE es el fabricante de resentimiento laboral, precisamente porque fomenta el acceso de quienes carecen de méritos, esfuerzo, experiencia y/o conocimientos como si de ese gesto se desprendiera una verdadera forma de democratizar (cuando en realidad es un acto de depredación de lo público) ¿Cual es la coartada ideológica del PRE? El miedo a la MRE, que es una forma de elitismo tan falaz y destructiva de lo público como la que sostiene el PRE, con la diferencia que su demagogia es individualista y no colectivista.
    Ambos, en definitiva, son antimeritocráticos en los hechos: el PRE por negar el esfuerzo individual y nivelar empeorando, la MRE por sostener un sistema elitista -que niega las asimetrias socioeconómico culturales de todo sistema de organización cultural basado en la competencia- reduciendo todo a una competencia darwinista como si el punto de partida en la competencia fuera equitativo para todos.
  2. Frente a ambos errores (que en la práctica construyen las bases ideológicas del populismo progre como del populismo conservador) la meritocracia posible y la socieldemocracia real van de la mano porque tienden a ser sistemas que propugnan la potencial igualdad de acceso (pero no niegan que debe haber un esfuerzo individual detrás). Esto se debe a que la MP es entendida como una interacción entre la política de estado y el lugar que el individuo ocupa en ese lugar que se le asegura potencialmente. Quizás en esta figura resuenen los ecos del libre albedrío. Y acaso lo sea. Una política verdaderamente meritocrática es socialdemócrata no porque asegure el ascenso de clase o porque nos asegure el milagro capitalista bueno de la clase media masificada, sino porque al menos nos provee las condiciones para intentarlo.
  3. Bien en las antípodas, la MRE se erige sobre un darwinismo social neoliberal que parte de una idea jerarquizadora del resultado como objeto del ascenso. A su vez la negación de la meritocracia del PRE es en escencia un igualitarismo falso cuyo fin se encuentra en dar ya no oprtunidades sino premios a quienes carecen de logros, esfuerzo, trabajo, talento, capacidad. El resultado en ambos casos en la angustiante destrucción de lazos sociales pero también el desmembramiento de la lógica del esfuerzo individual.
    En definitiva son ambas, la MRE como el PRE quienes niegan al estado como articulador de vínculos entre lo colectivo y lo individual, por eso son profundamente antirepublicanas y antidemocráticas. Ya sea desde la celebración del elitismo de clase como desde el vaciamiento de calidad y prestigio.
  1. A su vez la meritocracia (o al menos la MP) no puede medirse sólo con créditos académicos, sino con creditos laborales (ya sea en rel de dependencia, como con experiencia cuentapropista o con capacidad de trabajo comprobable). Por eso la meritocracia no puede solo focalizarse en el pasado (currículum vitae) sino que debe hacerlo también en el presente (examenes de ingreso a los trabajos públicos y examenes anuales, que aseguren excelencia) y en el futuro (participación y proyección en el trabajo al que se postula). En ese horizonte es en donde debe mirarse una construcción republicana y democrática que piense en el trabajo como uno de los espacios de exelencia para establecer el entrelazado entre lo individual y lo colectivo como condición de existencia.
  1. No obstante hoy por hoy, los nuevos administradores de la casa, optaron por hacer la plancha, por no multiplicar las tensiones sociales ya de por si furiosas y derivadas de un ajuste que aparecía como inevitable para cualquiera de los candidatos que ganara la elección de 2015. En esa plancha murió también la condición para que el PRE se convirtiera en una MP y que el empleo público asi como las políticas de estado que estimulen la equidad de posibilidades fueran centro de la agenda. Hoy por hoy, incluso habiendo mediado muchos despidos, Cambiemos ha optado por seguir desvalorizando el empleo público, en seguir replicando una concepción simbólica espantosa: solo ascienden los amigos, los viejos y los nuevos. No solo no hubo cambio de paradigma hacia la MRE, sino que hoy se nos ofrece la imagen de una MP cuando seguimos en la demagogia del progresismo populista.
    Nos siguen cagando desde un poste, a esta y a las proximas generaciones.

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