Las mutaciones (VI): Si no me acuerdo no pasó

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Por Carlota Valdez

1. Cometimos el error de bajar la guardia. Y al dejar ir a los fascistas pensamos que se iban a desarticular, que se los llevaría el viento. Y que lentamente ingresaríamos en un sistema de coaliciones democráticas que se pudieran alternar en el ejercicio del poder. La experiencia de Cambiemos fue negativa por diversos sentidos que no viene al caso analizar en esta entrada (ya le dedicaremos tiempo en otra nota). Pero quizás uno de sus grandes errores estuvo detrás de una de sus virtudes: no actuar de panera paranoide, pensando que el enemigo estaba ahí a la espera del traspié. Y, consecuentemente, no construir una comunicación adecuada (ya que militancia real, de peso, es una carencia de ese espacio). A su vez, no haber entendido que Cambiemos siempre fue el gran derrotado cultural en esa disputa antagónica que adquirió otros visos desde la derrota de Scioli en 2015.

2. La derrota cultural siempre le pertenece a aquello que no es capaz de construir un relato alternativo que borre el pasado. De hecho en el interior de Cambiemos pululan y pulularon personajes de diversa calaña: menemistas, duhaldistas, kirchneristas arrepentidos, ucedeístas, radicales, carriotistas, conservadores, autonomistas. Y otros varios. Pero ese frente está formado también por gente sin experiencia política. En términos concreto: actores políticos sin historia (el famoso concepto de un gobierno de CEOs apunta a eso: no hay antecedentes del pasado con los que poder contrastar, al menos en buena parte de quienes integraron las filas de gobierno). Esa cualidad supo ser ingeniosamente utilizada por Cambiemos, porque permitía mirar al presente y al futuro y a su vez condenar al pasado. El kircherismo era, precisamente, ese pasado que no se iba. Y Cambiemos era la promesa del futuro desarrollista que no llegaba (o al menos creo que siempre quisieron instalar esa sensación, ese frondizismo tardío y modernizador que sería capaz de neutralizar la antinomia al menos por un tiempo corto), pero que la miopía llamaba derecha neoliberal (ahí lo tenés a Espert si querés derecha neoliberal ultramontana).

3. El ejercicio que construyó el kirchnerismo durante años fue el de las mutaciones. Lo hizo hacia adentro (como explicamos aquí), lo hizo con los partidos de izquierda periféricos (como los explicamos aquí) pero también lo hizo desdibujándose en su militancia en redes (como explicamos aquí). Y era de preverse que volviera a mutar en algo distinto. O a menos algo que se diferenciara. O quizás el kirchnerismo no hizo otra cosa en estos tiempos que jugar a ser una coalición plural, sin liderazgo evidente (para las elecciones, desde ya, porque es clarísimo quien dirige y dirigirá) y con un discurso anclado en el futuro mientras que el discurso público de Cambiemos se convertía en el nuevo pasado. Se producía así un enroque de roles: el peronismo, que había sabido ser pasado se disfrazaba de futuro y de coalición. Y el mundo de Cambiemos representaba el pasado y el liderazgo de una sola persona, Mauricio Macri (acaso el gran acierto discursivo de 2015 fue que Cambiemos construyó el liderazgo de Macri por medio de internas, algo que lo diferenciaba de su competidor en el entonces oficialismo, Scioli, que había sido designado a dedo).

4. Ahora bien, la pregunta es si en efecto Cambiemos dejó de ser un frente y el kirchnerismo se convirtió en una coalición plural. Bueno, ni una cosa ni la otra. Cambiemos habrá gobernado hasta su último día sin haber contado con mayorías propias en ninguna de las cámaras que le asegurara quórum propio. A la hora de la salida de Macri del poder será, al menos de aquí a unos años, la figura que nuclee simbólicamente a esa alternativa opositora (ya que habrá dejado la presidencia con un 40% de votos, nada desdeñable en un contexto de crisis económica galopante, gravísima, mezcla de herencia e incapacidad propia para resolver). Pero eso no indica que Macri vaya a ser el único líder potencial. Entiendo que Cambiemos ha optado por la estrategia de no pelearse ahora, de no mostrar las cartas. Y posiblemente dirima sus propias internas en las siguientes PASO en donde los Larreta, Vidal, Lousteau, Cornejo, Morales, Ferraro se vean las caras con Macri. En caso de intentar hacer prevalecer el 40% de 2019 en 2021 Macri se vería como responsable de una posible ruptura. Por el contrario, en caso de aceptar ir a internas que diriman candidaturas, Cambiemos habrá vuelto a su discurso de 2015 (abandonado en 2017 y 2019). Hasta entonces el rol discursivo de coalición lo habrá ocupado el flamante y viejo Frente de Todos, que no es renovador de nada pero que está formado por gente que ha entendido que al pasado se lo reescribe.

5. El Frente de Todos es la última mutación de una larga cadena en donde el kirchnerismo ha sabido atravesar todos los tiempos que le tocó enfrentar: luderismo tardío, menemismo incipiente y reprimido, duhaldismo, frentismo mixto, populismo decadente…y ahora leones herbívoros. Porque si algo hace el tiempo con la política y sus actores es proveernos de amnesias adecuadamente administradas. Ese kirchnerismo, que alguna vez fue gobierno durante 12 años y se fue mancillado y humillado por un frente apenas conformado poco tiempo antes (recordemos que Carrió abandona UNEN, que el radicalismo hace lo propio y el PRO termina ungiendo a una figura que hasta ese momento no tenía alcance nacional), aprendió a propugnar que sus votantes olviden. O que cuando menos sean lo suficientemente jóvenes como para no haber experimentado algunas cosas de los 12 años de experiencia K. Sin ir más lejos, los votantes de 16 a 18 años(que en su mayor medida votaron por el FDT) no solo no experimentaron la crisis de 2001, la debacle de 2002-2003 y el rebote de 2004-2007, sino que en el mejor de los casos, experimentaron los peores años del cristinismo entre los 8 y los 15 años. El recurso aplicado fue extraordinario: convencer a quienes no experimentaron, apelar -ahora si- a un pasado cercano en donde la bomba no había explotado y jugar con el componente de la memoria: nadie se acuerda la vida política en detalle de lo sucedido más allá de los últimos dos años.

6. El Frente de Todos (con esa voluntad democrática y omnívora de mostrarse como representante de todas y cada una de las expresiones, no vaya a ser que exista disidencia alguna: neutralizar es la tarea) supo hacer el trabajo: se construyó como un frente con muchas caras nuevas (solo hay que ver el gabinete recientemente designado, en el que el promedio de caras jóvenes busca convencernos de una extracción distinta a los viejos peronistas, por eso la relegación de cargos a los gobernadores: espantan votos y revelan el artificio), con un títere que había sabido ser crítico (apelando a la ficción de la convivencia en disidencia entre partes que opinan distinto), con una base de sustentabilidad de votantes jóvenes, en buena medida desconocedores del pasado de quienes pergeñaron el frente (y de toda la cadena de mutaciones en la historia del kirchnerismo) pero también con un discurso diferenciado, que es el discurso de coalición que mira al futuro. Curioso ese dato: para el progresismo el pasado siempre fue la clave. De hecho me atrevería a decir, la apelación al pasado fue el histórico caballito de batalla frente a las formas neoliberales que en los 90s indicaban que había que dejar de mirar al pasado y concentrarse en el futuro. Bueno, este neofeudoprogresismo-postmenemista-pseudofrepasista tardío con populismo reprimido (si ustedes se llaman frente de todos bánquense ser todo eso junto) trae esa curiosa contradicción: ser un progresismo que nos dice que nos olvidemos del pasado. O que ya pasó. O que si no lo recordamos no sucedió, y por eso podemos reescribirlo.

7. La reescritura del pasado es un ejercicio característicamente populista. La visión a futuro es una típicamente liberal. En este frente de todos los gatos el pasado se reescribe con el futuro. Y si no se toca es porque se está volviendo a hacer. O porque está en planes. Y sino pensemos a Alberto Fernandez como si fuera un Marty McFly que se traslada a 2003, cuando la grieta no estaba instaurada, Cristina no era candidata de nada y Néstor tenía que construir una hegemonía sobre las cenizas (de un país en el que el peronismo había arrasado las falencias de De La Rua en 2001 llevando el país a un colapso en 2002, pero al mismo tiempo pesificando deudas y entregando una economía competitiva para el último trimestre de 2003 y de 2004 en adelante). Bueno, el FDT quiere recordar ese pasado. No el de 2011-2015. No el de los cortes de luz, el de Once, el de Jaime, el del saqueo, el de Nisman asesinado. No, es una memoria selectiva (como en la película de NK hecha por Paula de Luque, en donde los años se saltean para contar un cuentito infantil sobre un santo de las cajas fuertes). Y en esa memoria selectiva estriba el principal éxito de esta operatoria paradójica: ser futuro, pero ser pasado a la vez. Para que, nuevamente, se pueda hacer avanzar la rueda de la historia. Y como no me acuerdo, no pasó. Asi que habremos de revivirla a ver si puede cambiarse el destino.

8. La política argentina es una calesita demencial en donde el futuro no existe, el pasado siempre vuelve y el presente es una pesadilla. La última mutación del kirchnerismo es un gran abrazo de todas las contradicciones posibles, algo que había aprendido Cambiemos pero sin pretender cambiar el pasado. El FDT aprendió. Pero la historia también está hecha por personas que pelean. Y ahí, quizás, hasta que emerja un nuevo liderazgo opositor, que mire a futuro, volveremos al presente: el que indica que en una bolsa de gatos el conflicto está a la vuelta de la esquina. Se viene cuatro años duros. Pero ya los habíamos vivido y quizás no nos dimos cuenta.

 

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