Episodio V: El feudogresismo contraataca

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Por Marasmo Pop

  1. El feudalismo nunca se fue. Siempre estuvo agazapado en los municipios de caciques de dos o tres décadas (Quindimilismo) o en las provincias en las que los votos no entran si no son con sangre y extorsión (el Insfranismo puro y duro, pero podemos sumarle al Chaco, a Santiago del Estero, a Misiones, a Catamarca y a algunas más, que conforman lo que bien podríamos llamar el virreinato unido de Latifundia perounia, donde el peronismo no pierde nunca y en donde el empleo es 80% estatal y el resto olvidate).
  2. Ya no es cuestión de pedir alternancia de partidos en el poder. Desde 2003 que los partidos son los eternos exiliados del sistema político argentino (lo que habilita desde hace casi dos décadas la impunidad de los retornos y las mutaciones infinitas, que no hacen más que confundir a los votantes menos despiertos: el frente mágico de los palitos de la selva de hoy es el frente adolescente de la revolución imaginaria de ayer o el frente geroncial horaciogonzalistico de las causas perdidas de mañana: cambiar para que nada cambie). No pedimos ni eso. Al menos alternancia dentro de los presuntos frentes en los que confluyen «partidos» (que en realidad actúan con una subordinación al puestito que asusta). No: ni alternancia ni nada.
  3. La pregunta que habría que hacerse es otra: qué es lo que reprime el Frente De Todos (en su enésima mutación) en relación al aparato feudal que lo conforma (y al que no contenta con ministerios…bueno, excepto con Insfran, encargado de la importación/exportación de votos de países limítrofes)? Son los gobernadores de provincias los grandes olvidados por el fernandismo al cuadrado (porque el orden de los Fernandez no altera el producto: el fascismo es el mismo)? O en realidad son la clave de lo reprimido y el horizonte hacia el cual debe mirarse?
  4. Hace años los diversos periodistas que conocen al matrimonio Kirchner desde sus inicios con el luderismo (si, apoyaban a Ítalo Luder, el candidato del peronismo para la presidencia en 1983, quien proponía una amnistía para los militares tras la dictadura) señalaron enfáticamente que nada de lo que el matrimonio llevó a cabo desde 2003 debía ser sorpresivo (como tampoco deberá serlo hoy para nosotros). Por el contrario, la confección cultural del poder 2003-hoy de parte del kirchnerismo (hoy panperonista y plagado de tensiones reprimidas) siempre tuvo un origen del cual el nivel de despegue dependía, fundamentalmente, de la hegemonía: en tiempos de mayorías y 54%, la tendencia sería parecerse a eso que siempre se había sido. En tiempos de derrota, la leonada herbívora hablaría de socialdemocracia, lavagnismo, alfonsinismo tardío y frepasismo a la plancha con guitarreada y Spinetta. Es la estrategia jesuítica (gracias su santidad por tanto, perdón por tan poco): la letra va a entrar de una u otra forma, el problema es la comunicación. Y en tiempos de derrota, la comunicación tiene que ser agradable. En tiempos de hegemonía, tiene que ser destructiva y fascista.
  5. El feudogresismo es esa maravilla oximorónica que solo el peronismo es capaz de integrar (recordemos: para el peronismo no hay grieta, sino que hay un espacio a llenar por completo, desplazando a cualquier otra representación política existente). El feudogresismo es la suma perfecta de un ejercicio comunicacional (el progresismo) y una estructura de poder (el feudalismo). Porque acaso ese sea el gran triunfo de ese partido que cumple 75 años, de los cuales habrá gobernado 40 (seguido las dictaduras con 19, por el radicalismo con 14 años, y Cambiemos con 4): comunicar la revolución imaginaria de la repùblica de los niños mientras la estructura feudal asegura la persistencia de pobreza y extorsión política por medio del estado como un gran protector (en realidad el responsable de una economía de supervivencia, no de crecimiento económico). Y entonces frente a esto, tenemos que iluminar la parte que no se comunica para revelar lo obvio? No, tenemos que evidenciar lo obtuso, que ronda en los intersticios de la comunicación progresista. No sirve con llamarlos feudales y conservadores, sino que lo que les molesta es evidenciar que su progresismo es en el fondo una farsa atroz (como todo progresismo contemporáneo, digamos todo).
  6. Para decirlo de otra forma: reconocer que el progresismo que construye el peronismo no solo fue siempre fascista (ama la hegemonía, los actos grandotes, el aplastamiento del otro en base a la prepotencia de la masa como entidad portadora de verdad: si, son nazis) sino que siempre fue feudal, porque descree de las formas de la democracia, descree de cualquier tentativa de alternancia en el poder y porque en el fondo como toda autocracia cree que el verdadero poder se ejerce desde el partido único desde el cual debe neutralizarse cualquier tentativa de rebelión (por eso el panperonismo del Frente de Todos es todavía más salvaje y elocuente que el kirchnerismo fraccionado de Unidad Ciudadana en 2017, que parecía ser más un reducto de resistencia ante las causas judiciales). El frente unido para el empobrecimiento general (al peronismo le preocupa el empobrecimiento durante 2017-2019, como si no hubiera historia detrás, no lo preocupa todo el proceso de empobrecimiento desde 1983 a la fecha, cuyo 75% de presidencias le pertenecen) no quiere socialdemocracia alfonsinista, sino feudalismo potable.
  7. El feudalismo potable (o potabilizado por la acción comunicacional de la propaganda) construye un país en donde el empleo sea fundamentalmente estatal, en donde el universo del empleo privado se desplome, en donde la subsistencia esté directamente asociada a un sistema de prebendas (y no del ascenso social construido por la redistribución que genere mejores condiciones de trabajo de manera productiva). En ese pasado feudal es en donde pervive el espíritu autocrático del progresismo panperonista actual (hasta que se vuelvan a pelear por el poder, como ha sucedido siempre, lo que supone uno de los grandes peligros de nuestra democracia: la alternancia ausente y los golpeteos de poder internos).
  8. El feudalismo está presente hoy en las terceras y cuartas líneas de gobierno, en el ejercicio del silencio de radio para ver si el plan de 180 días de contención social aguanta y en la demanda de la repartija, porque la paciencia tiene un límite. Y el flamante gobierno es de un omniporteñismo que no le cae muy simpático que digamos a la liga de gobernadores del trabajo sucio y la espera. El progresismo está en las primeras líneas (construir un gabinete con «gente nueva» era la señal que esperábamos: distraer para que no se vea lo que subyace), en el discurso de frutero de las cuatro estaciones (discurso que no resiste confrontar medidas entre si porque se anulan, pero dale que va), en el consejo contra el hambre, por el salario y el trabajo (si está Manes y Tinelli sabés que va a haber humo en frascos para la venta) y en la andanada de medidas que buscarán (amén de si están muy bien o no, es lo que menos importa frente a la instrumentación política de ellas) construir, demagogia mediante, un consenso para la divisón que vuelve: pueblo-antipueblo (ese fascismo si que puede verse).
  9. El feudogresismo, en cambio, es una intensidad que circula entre ambos componentes. Es la intensidad que no reconoce una nueva generación de votantes (o un grupo de votantes que no son otra cosa que fanáticos atentos a las directivas oficiales de repetición inmediata en redes), porque, como algunos años atrás, cree que con voluntad se reconstruye. Bueno: el feudogresismo es eso, es la reconstrucción de la destrucción paulatina.
  10. Volveremos a las calles. Y quizás las nuevas generaciones que ni siquiera googlean pero los votan -porque son leones herbívoros- alguna vez aprendan que esto ya pasó. Pero que también volverá a pasar (en su doble acepción: volverá a suceder pero también será pasado, al menos si hacemos las cosas bien quienes detectamos a los fascistas cool que gobiernan hoy).

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