Va a ser hermoso hacer un paper

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Por Edward de Narváez

1. Recuerdo, no sin cierta vergüenza, cómo en mis épocas de estudiante en la UBA, en las aulas progres de Puan 480, tenía que escuchar derivas increíbles del pensamiento relativista que la torre de marfil configuraba cuando se enfrentaba a un problema. En aquel entonces (corrían los primeros 2000s) tuve que cursar un trágico seminario sobre discurso decolonial (a mi modo de ver, al día de hoy, no puede parecerme sino una chantada gigantesca filopopulista, pero no importa lo que opine, vayamos a las ideas). En el mismo dos profesores ponderaban la experiencia de deconstrucción del discurso colonialista y, como contraparte, enfatizaban el proceso de reencuentro con los discursos locales, con una reconexión con los discursos de las etnias según región geográfica. Recuerdo bien que en ese seminario, en un momento, la profesora titular (una doctora en teoría literaria con especialización en teoría de género) nos contó -no exenta de pasión- como había sido su viaje a Ecuador, a una comunidad andina, con la que compartieron experiencias junto a otros académicos de diversas universidades de Europa, Latinoamérica y de EE.UU. En el relato nos comentaba sobre una situación que, si bien en un inicio la había incomodado, después supo entender y ante la cual prefirió mantenerse al margen. Contaba la profesora que en una de las aldeas que visitaron, en las que fueron recibidas por personas que realizaban prácticas de sus pueblos originarios pero que a su vez interactuaban con el resto de la comunidad (de prácticas culturales más o menos cosmopolitas y comunes a la vida en ciudad), fue testigo, en diversas ocasiones, de golpizas propinadas por los hombres de la aldea a sus esposas, como si fuera un hecho natural. Ante el relato, en plena clase, le preguntamos cómo actuaron quienes estuvieron presentes en esas golpizas que parecían ser usuales. Su respuesta nos dejó helados.

2. Al preguntarle nos contó que todos los presentes preferían mantenerse al margen de las golpizas (que terminaban de manera sanguinaria) porque en caso de intervenir los académicos «estaríamos generando un daño mayor, ya que estaríamos actuando asimétricamente desde una presunta superioridad cultural». El argumento de la no intervención, por tanto, no era un potencial miedo a ser lastimados en caso de meterse a evitar las golpizas (argumento atendible en una ocasión, pero no en diez, como los que contó), sino era el de la culpa progresista de la intervención. Molesto con la situación le pregunté si no valían más los derechos humanos, que eran un patrimonio universal que todos deberíamos defender en caso de enfrentarnos a una violación de los mismos que podemos detener. Su respuesta fue aún más vergonzosa: «la declaratoria de derechos del hombre es una invención blanca, del mundo burgués, occidental y es parte del pensamiento hegemónico que estábamos intentando desarmar». Es decir, la respuesta frente a un hecho cruento que cuestionaba fuertemente los preceptos de un humanismo mínimamente empático con el sufrimiento ajeno, suponía una sustitución: el relativismo cultural. En definitiva: para esos académicos era más importante la pureza del estudio, el no intervencionismo y la sumisión a un relativismo cultural que les hacía justificar lo injustificable: una sucesión de golpizas de parte de hombres a mujeres de origen indígena. Las ideas y el trabajo de campo eran más fuertes que la empatía y la defensa de los derechos más elementales del hombre.

3. Con el paso de los meses, el seminario terminó y no me olvidé de los nombres de esos hijos de puta tamaño baño, que no eran otra cosa que intelectuales que construían una nube de pedos abstracta que los disociaba del mundo material. Walter Mignolo, Ernesto Laclau, Chantal Mouffé, Enrique Dussel, Atilio Borón, Anibal Quijano. Lo que no dejaba de sorprenderme es que en ese seminario nos enfrentábamos ya no al hecho de desnaturalizar y cuestionar tradiciones, sino lisa y llanamente, de borrar conquistas elementales del liberalismo decimonónico en pos de una presunta revelación amparada en el relativismo cultural (que no era expresado de ese modo sino escondido en ese presunto movimiento llamado giro decolonizador). Recuerdo que cuando terminó el seminario tuve que hacer entrega de una monografía en la que me dediqué a destruir punto por punto los argumentos pero utilizando el mismo criterio que habilitaba a estas teorías a dudar de las formas del pensamiento occidental. Mi idea fue desarmar el carácter revelador de estas teorías, precisamente, por provenir de mundos cerrados sobre si mismos, aislados del mundo y de las prácticas reales. Y es que básicamente la mayor parte de esos intelectuales construía sus ideas sobre el contexto latinoamericano desde el mayor y más pleno de los exilios: habiendo migrado de los países de origen casi 40 o 50 años atrás, sus teorías parecían redundar en una segunda idea: estos intelectuales no interactuaban ni vital ni intelectual ni emocionalmente con sus lugares de origen, sino que utilizaban su condición de gente de periferia para construir, desde el centro del canon (universidades estadounidenses o europeas) un sistema de prácticas de laboratorio. Latinoamérica, para estos intelectuales, era un laboratorio en el cual poner en juego algunas ideas que habían venido desarrollando. De aplicarlas en sus países de residencia, nada. Olvídate. 
Entre los puntos 4 y 11 intentaré hacer un breve resumen de puesta en contexto que nos retrotraiga al presente y por qué este ejercicio intelectual es, antes que nada, un ejercicio peligrosísimo que tiene a las sociedades latinoamericanas sometidas a los testeos de laboratorio.

4. El laboratorio del mármol. Las prácticas académicas (en la segunda mitad del siglo XX con mayor asiduidad) en el marco de las ciencias sociales -manteniendo algún resabio positivista decimonónico- supieron ser, en efecto un perfecto laboratorio discursivo de lo que potencialmente se convertiría en un discurso de estado y en una práctica legislativa. De ahí a que ese discurso se convirtiera en parte de la vida cotidiana solo quedaba el rol mediador de los organismos que vinculan la vida civil con la vida administrativa de los organismos del estado. Las reivindicaciones civiles (o muchas de ellas) supieron tener su laboratorio entre cuatro paredes. Y esa tentación científica de torre de marfil fue un histórico sueño húmedo de la investigación académica: investigar y crear ideas para cambiar el mundo material o al menos incidir en él sin mancharse las manos. Y que el laboratorio de lo real haga lo suyo.

5. La denuncia que no molesta. Frente a los horrores del siglo XX el discurso académico supo poner el pecho y los afrontó de distinto modo. Y en enorme medida lo hizo munido de una tranquilidad moral extra: el discurso académico sabía que podía pensar en los distintos horrores en voz alta (como lo había hecho con los espantos decimonónicos derivados de las consecuencias de la creación de los estados nación modernos, los de la tradición liberal) porque los horrores del totalitarismo habían superado toda capacidad de asombro y de incorrección política. No obstante, cuando lo precisó, el discurso académico llevó a cabo un proceso de crítica selectiva, signado por un ideologismo que atacó el capital intelectual de todo pensamiento crítico: la honestidad intelectual, que es y debería ser un ejercicio racional sin mediar ideología, pero que incluso fue contaminado por el ideologetismo más elemental. De repente el método científico, la necesidad de precisar de datos duros y poder utilizarlos para contrastar hipótesis se convirtieron en ejercicios ideologizados que habría que dejar de lado en pos de una liberación del razonamiento hegemónico liberal. Delirios tropicales se conciben entre cuatro paredes y un pizarrón.

6. El fascismo bueno y el fascismo malo: la doble moral ideologética is born.
Las formas canónicas del fascismo que supimos conocer provenientes de la Europa de entreguerras (el fascismo de Mussolini, el nazismo de Hitler y el falangismo de Franco) no suponían un desafío político a la honestidad intelectual del discurso académico porque, desde la perspectiva del academicismo progresista -que empezaba a despuntar-, se asentaban en una tradición conservadora y profundamente anti-iluminista, anti-intelectual. No obstante, las formas del fascismo comunista (con distintas prácticas a los anteriores pero con un resultados equivalentes) comenzaron a ser un problema para el discurso académico, que, finalizada la segunda guerra mundial, debió hacer un extraño malabar lingüístico, reformulando una programática (el comunismo) por su aparente “sustituto fallado” (el stalinismo). El concepto frente a su versión realmente existente.

7. Una segunda oportunidad no se le niega a nadie
De esta manera los totalitarismos conservadores eran condenados de raíz, pero los totalitarismos de izquierda (como contraparte a los discursos liberal por un lado y conservador por otro, ya fuera en su fase democrática como en su fase imperial o inclusive bajo formas autoritarias, antidemocráticas y antirepublicanas, fueran o no totalitarias) eran considerados “una experiencia fallida” pero que en el fondo merecían una segunda oportunidad. En esa concesión, una parte del discurso académico optó por criticar las experiencias históricas reales de todos los totalitarismos, pero por otro lado, otra parte de la discursividad académica optó por un subterfugio: hacer tolerable en el discurso y en las ideas lo que en la práctica y la historia era insostenible. De esta forma el discurso de la universidad tensionaba la necesidad de pensar el mundo material frente a la necesidad de reformular lo intolerable, procesarlo en un laboratorio y convertirlo en algo aceptable, pero por otros medios. La deshonestidad intelectual era el primer instrumento a ser atacado.

8. Es curioso, entonces, pero la recursividad de una serie de prácticas nos hace afinar el concepto: el ejercicio de mucha de esa intelectualidad que, eufemísticamente, buscó subterfugios para llamar a las cosas conocidas con otro nombre, es en el fondo el ejercicio de la mayor deshonestidad intelectual posible. Porque es un ejercicio intelectual que reemplaza la experiencia històrica real por las operaciones linguísticas de la apelación voluntarista a releer los hechos. El decolonialismo, de esta forma, releía toda una serie de tradiciones autoritarias por izquierda, releía diversas formas de violencia simbòlica y real, pero las transformaba, eufemismos mediante, en operaciones de un discurso liberador. Ese discurso falsamente liberador encuentra en el populismo su punto de salida a la superficie. Encuentra la práctica de un laboratorio que nunca llegaba.

9. Populismo y sus variantes en paralelo con el pensamiento neo-comunista.
El fenómeno del populismo no es nuevo y aparece como una derivación natural, una tercera vía entre el fascismo conservador de los regímenes totalitarios europeos de la primera mitad del siglo XX y las experiencias no condenadas (tengamos en cuenta que no ingresamos al período de la guerra fría todavía, falta algo más de una década) del comunismo. Entre ambos el populismo aparece como una solución periférica a un fenómeno central: cómo articular las políticas del capitalismo en un marco de fuerte presencia estatal a la vez que con un componente de control menos extremo que el del comunismo pero al menos sostenido sobre la misma base de control interno y persecución de toda clase de disidencia. Es en esta dirección que el populismo no busca diferenciarse de las prácticas del fascismo y del comunismo, sino que busca hacerlas asimilables para las experiencias en el marco de las repúblicas liberales, limitadas estas por crisis internas de corte político, económico o ambos. Hacer tolerable al fascismo y al comunismo por otros medios sería una tarea que el populismo dejaría a la producción intelectual académica, que retornaría con el plan algunas décadas después, mediado por experimentos latinoamericanos, fundamentalmente.

10. El neocomunismo y el discurso revolucionario de postguerra: haciendo amnesia.
Lo que en las formas del fascismo no suponía problemas graves para la academia lo supuso a la hora de analizar las prácticas del discurso revolucionario de izquierda de posguerra (de hecho la confesión de Kruschev de los horrores del comunismo en el 56, tras la muerte de Stalin apenas tres años antes, no hizo otra cosa que limpiar el concepto: el comunismo como posibilidad se evitaba el cargo de los muertos entre el 17 y el 56, al menos en la URSS, claro). El análisis del discurso revolucionario de postguerra replicó la deshonestidad frente al horror comunista, pero multiplicó la experiencia (ya que las prácticas del comunismo se extendieron en diversas experiencias entre el 53 y el 89 en al menos una treintena de países), mutó en formas institucionales con regímenes elegidos democráticamente, pero también en horrores parainstitucionales propuestos por organizaciones que no reconocían las formas de la democracia representativa liberal, sumado a esto encontramos guerrillas que no reconocían los marcos legales e intstitucionales vigentes.Pero también comenzmos a reconocer versiones pasteurizadas socialdemócratas que incluso se evitaban la condena de los totalitarismos de izquierda porque reconocían un origen común.

De esta forma el discurso revolucionario y el discurso republicano se confundían en los papeles como experiencias y variantes del origen comunista. Y la academia proseguiría con su ejercicio de laboratorio: algo pronto iba a nacer. El ejercicio populista iba a dar una mano.

12. El ritornello (II): la experiencia progresista-populista o la parodia de la experiencia socialdemócrata.
En este contexto, el segundo ritornello (si consideramos a la experiencia socialdemócrata europea -con perfil desarrollista en la débil democracia argentina- como el primero) llegaría con el progresismo populista de inicios de los 2000’s, que tendría una representatividad clara en el contexto latinoamericano durante casi una década y media y una representatividad en el contexto estadounidense y europeo asi como en medio oriente a partir de 2008 (triunfo de Obama, primavera árabe, crisis de representatividad de los partidos tradicionales europeos son apenas las puntas de iceberg de esa reevaluación). Así como el retorno conservador también había tenido un proceso de laboratorio académico (Friedman-Fukuyama), el progresismo también partió de presupuestos ideados en las universidades. Las mismas instituciones que no conciliaban el fracaso del consenso socialdemócrata de los 70’s-80’s fueron las que encontraron, en el pensamiento progresista (pero con una base populista, es decir, una base con tentaciones y prácticas antidemocráticas reconocibles en padres intelectuales del totalitarismo como Carl Schmitt) la posibilidad de volver a instalarse en el mapa de las ideas de estado (tal como mencionamos en el punto 4).

13. La experiencia del populismo en latinoamérica: construir el conflicto.
El resultado de estos ejercicios fue el de la apertura hacia un discurso aún más peligroso: el discurso relativizador, anti historicista, revisionista. El segundo ritornello, de este modo, atentaba contra las bases del discurso humanista, que supo ser la base del proyecto liberal decimonónico (declaración de los derechos del hombre de 1789) pero también la del proyecto socialdemócrata de post-guerra (declaración universal de los DDHH de 1948), porque entendía que el mundo volvía a fragmentarse en una multiplicidad de discursos, pero ya no entre naciones, sino intra-naciones. Y en ese socavado, en el que la batalla cultural cumpliría un rol clave, los intelectuales populistas tendrían una función determinante. En ese plan el principio del socavado institucional (alteración de los codigos civil, penal, comercial, etc pero también bases elementales de las constituciones liberales) sería la excusa perfecta para construir el desplazamiento: pasar de democracias constitucionales a progresivas dictaduras constitucionales (siendo Venezuela el caso más elocuente de este ejercicio, pero expandiéndose territorialmente hacia otras experiencias latinoamericanas en conflicto: Bolivia y Ecuador). Ese desplazamiento no es aislado, sino que ingresa en el tejido social acompañado de un nuevo discurso: la paraestatalidad como ejercicio de resistencia (estando dentro o fuera del poder de administración del estado: los grupos de choque como ariete de enlace para evitar en conflicto o para negociar la paz, dependiendo incluso si son designados como funcionarios).

14. La prueba y el error: reescribir la historia política y económica es la obsesión
Para el populismo latinoamericano la historia no existe. Al menos no como objeto de estudio. Lo que existe son los hechos leídos a conveniencia. Al sustituir la historia por el relato político de la misma lo que prima en el ejercicio del poder es la improvisación o peor, la sensación de novedad: se instrumentan medidas que se aplicaron en el pasado y fracasaron estrepitosamente (como los pactos de congelamiento económico por 180 días, que lo único que hacen es generar mayor inflación; como la emisión desmedida como compensadora de lo que el aparato productivo no hace, que lo único que logra es mayor depreciación de la moneda; como la presión fiscal record y la prohibición al ahorro en moneda extranjera, que lo único que genera es mayor evasión fiscal, menor recaudación y mayor informalidad económica, por tanto, menor crecimiento y estanflación). Pero esa falsa novedad no es casual, sino que es hija de los acontecimientos que mencionamos al inicio de esta nota. Hay una paternidad intelectual para que sujetos como Martín Guzmán (37 años, formado en EE.UU., viviendo en EE.UU., munido con teorías económicas ya aplicadas pero reintentadas como novedad: nada de lo que menciona como el plan económico inminente se diferencia demasiado de lo que sabemos terminó en el Rodrigazo en 1975, justamente, para evitar la aceptación de un ajuste tradicional), por mencionar uno solo de los casos (el otro es el de la ministra se seguridad y su política de inexistencia de lucha contra el narcotráfico, pero son varios los casos) construyen su práctica de gobierno como una práctica de laboratorio: para el progresismo populista lo real, lo palpable, los datos, lo tangible, no existe. La historia se reescribe cuantas veces uno quiera. El problema es que no son ellos quienes funcionan de conejillos de indias de sus propias especulaciones idealistas.

Hoy reingresamos en el túnel de la improvisación, del habla eufemística (solidaridad supliendo la palabra ajuste: más psicopatía no se consigue), de la reeescritura para que el ejercicio de laboratorio se pruebe sobre personas. Hay algo de esto que nos recuerde a otros ejercicios de laboratorio con humanos? Si. Pero no necesitamos ningún campo de concentración para comprobarlo. Con Google basta y sobra.

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