La vida de los otros

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Por Marasmo Pop

  1. Al final de cuentas parece que el tiempo nunca pasara. El siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX supieron de cuarentenas y aislamientos. No hay que forzar la máquina demasiado como para identificar el origen de estas prácticas sanitarias. Con Google basta y sobra. No obstante, desde hace una buena cantidad de décadas que acostumbramos a ver con mala cara a las diversas representaciones del imaginario sanitarista (imaginario que retomó el peor discurso político a la hora de organizar la exposición discursiva de ciertas políticas de estado: «estamos en terapia intensiva», «tenemos que aguantar esta fiebre alcista del dolar», «hay que proteger al cuerpo social de la crisis»), que es poseedor de un poder mágico: tiene la capacidad de despersonalizar las políticas y convertirnos en abstracciones a los ciudadanos.
  2. Ya para la época en la que José Ingenieros era leído con cierto prestigio público (junto con otros herederos de la tradición positivista decimonónica), el discurso sanitarista comenzaba un declive que solo reaparecería en ocasiones de crisis. Dato a tener en cuenta: evidentemente se trata de un discurso portador de una síntesis acabada de miedos y extorsiones lo suficientemente pregnante como para convertirse en un aliado en momentos de crisis (aunque la noción de crisis en un país-calesita como Argentina tampoco asegura nada: cada 5-10 años tenemos una como mínimo) o de «conmoción interior». Ahora bien, academia mediante, asumimos que ese discurso positivista era también un discurso ferozmente reaccionario (es decir, un discurso que amparado en un presunto pensamiento científico en pos del progreso era capaz de administrar con rigor los temores sociales).
  3. Los discursos sanitaristas de rigor positivista han sido siempre discursos de frontera. O mejor dicho, discursos sobre la frontera. Para el positivismo sanitarista, la ciencia aplicada como política de estado tiene un objeto: la administración de la vida. Pero en rigor, su modo de administrarla (algo distinto a administrar la aplicación de la ley, administrar la economía: la administración de la vida es un conjunto biopolítico mas amplio y complejo que la sola mirada sanitaria) construía una paradoja: el discurso no construía una práctica para la inmunidad (podemos pensar que la educación para la salud lo es), sino que aplicaba un criterio inmunizador sobre la vida de las personas.
  4. Para ser mas concretos: no es lo mismo enseñarme a que me cuide (pero que pueda exponerme a los peligros vitales: al final de cuentas la vida también es eso) a exigirme que conceda a un tercero la capacidad de cuidarme. En el primer caso la inmunidad se adquiere porque la vida se experimenta, porque se la atraviesa asumiendo responsabilidades. En el segundo, cuando media la inmunización, no hay responsabilidad, sino concesión de administración biopolítica a un tercero. Es curioso que esa diferenciación supo ser muy clara para casi todos los que alguna vez nos preguntamos por el desarrollo del discurso científico. No obstante, hoy, en Argentina (pero no es el único caso) ambas ideas se confunden. O se nos plantean homologadas, en un movimiento manipulador, no exento de perversión.
  5. El discurso sanitarista positivista es un discurso de fronteras porque es, en esencia se trata de un discurso inmunizador. Para aquel imaginario el cierre de fronteras, el repliegue hacia el interior, el recorrido por los controles, la clasificación de los datos provenientes del exterior del sistema suponía una política posible frente a las formas varias de la alteridad que podía enfrentar la administración política de un estado (no casualmente se trata de un imaginario fervientemente nacionalista, identitario, cargado de definiciones esenciales).
  6. Para este discurso la frontera es el límite de defensa. Del perímetro hacia adentro, cuidado de los propios. Del perímetro hacia afuera, inmunización frente a lo ajeno. No es casual: del imaginario inmunizador se nos llenó el canasto de novelas xenófobas (de La Bolsa Inocentes o Culpables?) a finales del siglo XIX argentino. Pero ahí donde ese imaginario se nos iba disolviendo entre las manos con el avance de la ciencia y sus estrategias (las vacunas fueron el gran salto), el discurso inmunizante también fue experimentando la pérdida de saberse inútil en un mundo cada vez mas tendiente a la integración, al cosmopolitismo, al encuentro y la mezcla.
  7. Con el tiempo, no solo en Argentina, los discursos inmunizantes se nos volvieron insoportables, cargados de un tufillo reaccionario que la misma realidad desarticulaba (y que la globalización no hizo mas que desarmar por completo). Uno incluso podría decir que si algún atisbo de cosmopolitismo hubo en el progresismo (el progresismo real, el socialdemócrata, no el invento populista-nacionalista), ese rasgo estuvo en la clara identificación del discurso inmunizante como un discurso del pasado, un discurso de la exclusión. Ahora bien…cómo se actúa frente al retorno de ese discurso? El sentido común diría que rechazando esa postura. Pero…
  8. El Covid-19 y la concha del mono puso a casi todos los países patas para arriba. Lo sabemos y lo hemos visto. Todas las entradas a la pandemia tendieron a parecerse. Los desarrollos en cambio fueron variando, dadas las diversas estrategias (países que cerraron fronteras, países que controlaron intensamente los contagios, países que ingresaron a cuarentenas, países que testearon, países que plantearon alternativas sin cuarentenas, países que decidieron aguantar el embate con sus recursos: todas estas combinadas han sido vistas en diversos puntos del planeta). Pero las salidas son las que se muestran en dirección similar a las entradas: el proceso de lo peor puede variar, pero la salida en algún momento tiende a recuperar la normalidad.
  9. Un estado de excepción no puede ser nunca una política de estado. Porque en caso de homologarse convierte a la segunda en un fracaso estrepitoso. La inmunización como estado de excepción puede comprenderse frente a la imprevisión, la sorpresa o incluso el cálculo equivocado. Pero la inmunización no puede ser una política de estado, porque su carácter de regulador biopolítico hace de la excepción una regla. Y si la excepción es regla se acabaron las condiciones de vida común.
  10. Algunas líneas arriba hablábamos del progresismo y de la inmunización como política de estado. Traigamos el concepto para acá, nuevamente. Juntemos ambas ideas: el progresismo autodeclarado inclusivo debería, por sentido común, despreciar las formas limitantes de la bipolítica de la inmunización. Sin ir mas lejos, cada vez que algún líder mundial llevaba adelante una política de estado semejante (desde Trump a Putin, desde Nethanyau a Kim Jun Il) diversas voces se levantaban para señalar con el dedo: «xenofobia», «nacionalismo», «nazis». En mayor o menor medida con justa razón: las políticas de fronteras cerradas (excepto mediar casos de conmoción terrorista, que como hemos dicho, son casos excepcionales) son políticas que nos retrotraen fácilmente a prácticas en desuso, imprácticas. Pero además son prácticas anticuadas, conservadoras, incapaces de pensar al problema con medios distintos al temor y la exclusión.
  11. Ahora bien: por qué si deploramos a las políticas de estado inmunizantes, por qué si lo hemos hecho desde hace varias décadas casi con la misma convicción, hoy las avalamos? Bueno, quizás no hoy. Pero esas políticas, como estado de excepción, supusieron un aval excepcional con plazo temporal. La pregunta es, entonces, por qué se nos sigue insistiendo con que mantengamos ese aval cuando la inmunización que propone la cuarentena lleva en argentina mas de tres meses. Posiblemente porque es la única herramienta con la que cuentan. Ergo, es una herramienta excepcional que deja en evidencia el descalabro estratégico de las políticas de estado en argentina de los últimos 45 años, como mínimo.
  12. Pero no diluyamos responsabilidades: en el forzamiento de la aceptación de esas políticas (la de la cuarentena, la del quédate en tu casa, la del no trabajes, la del «nosotros te cuidamos») hay una segunda idea, que conecta con el progresismo y sus problemas de agenda contradictoria. En esta política de estado de excepción nos enfrentamos a la administración biopolítica mas estúpida que conozca la historia política argentina desde el retorno de la democracia. Porque si bien el encierro obligado es para todos, la realidad es que no nos afecta a todos por igual.Quienes podemos trabajar desde nuestros hogares, quienes tenemos la posibilidad de defendernos con nuestros trabajos o posesiones materiales, en el fondo podemos administrar la cuarentena, es decir, podemos hacer un uso de recursos simbólicos y materiales que alguien que depende del día a día o que se ha caído del catre de la economía de subsistencia no puede.
  13. La administración biopolítica de la cuarentena eterna (la mas larga del mundo como estado nación hoy por hoy) no es otra cosa que una política clasista, reaccionaria y antidemocrática. Lo es porque vulnera los derechos de todos, lo es porque no construye (con política de comunicación eficaces) los modos y protocolos en los que los ciudadanos puedan construir autonomía e inmunidad, sino que busca inmunizarnos de manera infantil, medieval, bestial, sin mediar las consecuencias de los otros niveles de regulación vital (tal y como pensaba el discurso sanitarista del positivismo finisecular del siglo XIX). Pero además, es una estrategia que vuelve pobre al mas pobre.
  14. Sujeto curioso el dueño de políticas de estado que lleva adelante un discurso progresista pero que despliega prácticas de el mas rancio conservadurismo biopolítico. Pareciera ser que, entonces, el asunto no era cuidar la vida, sino, en definitiva, hacer como los grandes imaginarios sanitarios de hace dos siglos: el asunto no era cuidar la vida de todos, sino regular la vida de los otros. Siempre la de los otros. Y si los otros son cada vez mas pobres, mejor. Porque si te saben pobre, temeroso y cagado de hambre, lo que viene se les hace mas fácil.
  15. Al final de cuentas nunca fue un problema sanitario, siempre fue un problema económico. Pero lo siguen resolviendo con un libro de Hugo Wast en la mano y con el hombre nuevo del Che en el otro. Porque una buena excepción no debe arruinar un matrimonio excepcional de autoritarios, progresistas y reaccionarios (el neo-sanitarismo-retro-cool), todos en el mismo lodo.

 

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