La juventud maravillosa

Por Marasmo Pop

  1. La retórica es el arte de administración argumentativa de la palabra. Es un arte elástica. Pero también, utilizada a piacere, es una gran máquina del tiempo, incluso capaz de volver y cambiar los acontecimientos inscriptos en la historia.
  2. El peronismo ha hecho del arte de modificar el pasado un credo particular. Y dentro del peronismo, el kirchnerismo (que es su etapa superior) se ha consolidado como la expresión hiperbólica de esa acción: si el peronismo supo reescribir el pasado, el kirchnerismo supo hacer las cosas mejor: lo ha borroneado. Por eso para el peronismo que va de 1989 a 2002 el pasado es una reconsideración necesaria para entender el presente. Pero el que gobernó entre 2003 y 2015, el pasado debía ser cambiado, modificado con la mayor velocidad posible.
  3. Como bien mencionamos aquí, en cambio, el peronismo del frente de todos los gatos no tiene pasado, solo tiene futuro. No hay vejez, solo futuro y juventud en el presente del peronismo que rompe todos los estándares de degradación institucional y económica que hayamos conocido desde el retorno de la democracia, allá por 1983.
  4. Pero la juventud que valora el oficialismo actual no es cualquier juventud, sino una que también ha sido tamizada por el arte de la retórica y la máquina del tiempo. Porque si la juventud maravillosa de los setentas (en el relato de la temporada pasada: el kirchnerismo viene con plot twist siempre) supo ser la que reivindicaba la resistencia, la clandestinidad, pero también un dedicado rechazo a cualquier forma de institucionalidad y democracia (ya sea que estuvieran enfrente Frondizi, Illia, la dictadura del 66-73, Perón-Isabel/Lopez Rega, la dictadura del 76-83, incluso Alfonsín, porque esa juventud maravillosa ni siquiera apoyaba el juicio a las juntas, como la mayor parte del arco político en Argentina en aquel entonces: mas volteretas retóricas y acomodamientos que un saltimbanqui), la juventud maravillosa actual tiene que pegarse un par de saltos más para atrás, no vaya a ser que se modernice en su pensamiento ni un poquito.
  5. La juventud, divino tesoro, es el nuevo ingrediente del combo de peleas mensuales que el feudogresismo ha adquirido en la góndola de las excusas cotidianas. Es que la juventud actual ya no es reivindicable como la de los 70s. No no. Para esas reivindicaciones está el cine y la caterva de creadores audiovisuales que celebran la aplanadora histórica de los maravillosos setentas (vg. Infancia Clandestina, una bosta inclaudicable y perenne al paso del tiempo). La juventud posta, la que reivindica el mussolini de felpa que administra el rancho de la mechera intergaláctica de Tolosa (gracias Osvaldo Bazán), no es otra sino la juventud que el general hubiera querido en los tiempos del primer plan quinquenal, en donde la paz reinaba con los hombres de gris relojeando las actividades de la manzana (estimado millenial/centennial: consulte a sus abuelos sobre las aventuras de ser disidente en la casi década ganada del 46-55): una que fuera de la casa al trabajo y del trabajo a casa. Pero si se puede quedar en casa cagada de hambre y en silencio, aún mejor.
  6. En la adminustración malabarística de los recursos retóricos, la juventud que sale a la calle, que se junta con amigos, que no se cuida del Covid-19 radica el principal problema. Es una juventud que no entiende y a la que hay que entrarle con rebenque (simbólico, porque el panóptico y el castigo social reprimen mejor que la policía…y además no tiene costo político). Pero también es una juventud que no aporta, que no suma (como sentencian los razonamientos de las dictaduras: si no suma, no participe). Curiosamente, con todos los errores que puede suponer no cuidarse ni cuidar al otro en un contexto de pandemia (pero esto es algo que excede a la juventud: es cuestión de mirar las calles durante los meses de noviembre y diciembre, en los que los números parecían haberse pulverizado), esa juventud también parece enviar una señal: no se puede vivir encerrado ni se puede vivir bajo la homogeneización de la experiencia de los adultos.
  7. Intentaré explicarme: ser joven, entre otras cosas, trae implicado sobre el propio cuerpo la posibilidad de experimentar. De hecho la necesidad de experimentar (con todos los riesgos que pueden conllevar diversas experiencias) es casi una condición sine qua non para atravesar etapas de crecimiento. No existe el simple hecho de la transgresión. Ser joven implica, quizás más que en otras edades, la posibilidad de acumular la mayor cantidad de experiencias posibles, precisamente por el miedo a lo que viene (a carecer de tiempo, a precisar dinero, a no poder estar el tiempo que se quiera con amigos, pareja, etc, a que el cuerpo ya no se aguante algunos desafíos, a que el crecimiento emocional no tolere tantos tironeos…y la lista sigue).
  8. Ser joven en el marco de pandemia ha implicado, para muchos, la cancelación de la experiencia. Y al mismo tiempo el silenciamiento y la homogeneización bajo la experiencia común del encierro, el silencio, la distancia. En efecto, es cierto: todos nos hemos enfrentado, con las diferencias del caso, a situaciones similares. Pero los jóvenes han visto cercenada parte de esa experiencia que constituye procesos claves de crecimiento. Quiero que se entienda: nada de esto justifica el descuido y la posibilidad del contagio propio y a terceros. En todo caso permite entender por qué se produce esa barrera: no han sido consultados, incluidos, valorados. Y quizás junto a los niños han sido las principales víctimas, ya no de la pandemia, sino de las estrategias de las cuarentenas varias. Bueno: Argentina tuvo la cuarentena más extensa del mundo. Do the math.
  9. La curiosidad del caso es que frente el enigma de la juventud malévola 2020 (que invierte a la juventud maravillosa de los 70s que a su vez invertía a la juventud alineada de los 46-55’s, a la que hoy se apela indirectamente como si estuviéramos ante la milicia: «Subordinación y valor!») la salida que ha elegido la generación de los 70s (que hoy nos gobierna) es restrictiva, como en los totalitarismos que la juventud maravillosa de los 70s se inspiraba (maoísmo, casticismo, otros), pero también contra los que combatía (las dictaduras cívico-militares latinoamericanas), porque para entender la esquizofrenia del peronismo nada mejor que una ensalada rusa en la que todo se niega y afirma a la vez. Totalitarismos malos y buenos.
  10. Más curiosa resulta entonces la receta de restricciones, que la restricción de circulación y administración de salidas (fundiendo aún más a los pocos comerciantes que no forman parte de las 90mil empresas que quebraron durante la cuarentena delirante) no solo no integra a los jóvenes al problema, sino que los excluye y estigmatiza en función de un señalamiento particular. Veamos: como bien sabemos el virus no descansa de día y sale de noche. No obstante la regulación nocturna «viraliza» al comportamiento nocturno, como si se tratara de una enfermedad. Primer dato a tener en cuenta.
  11. Segunda cuestión: como no se puede administrar la intimidad pero si los recorridos por la vía pública, la regulación connota otra idea. El problema de la circulación y el contagio ocurre en lugares cerrados. Que bien pueden funcionar de día y de noche. Pero como durante la noche la proporción de actividad laboral se reduce drásticamente (y seguir deteniendo el mundo del trabajo tiene costos políticos altísimos: por eso no pueden volver a las cuarentenas estrictas), entonces…qué es lo que se regula durante la noche?
  12. En definitiva el riesgo que el gobierno reconoce es otra práctica libre: la del sexo casual, experiencia habitual en los jóvenes, que usualmente tiende a asociarse a la experiencia vital por excelencia. En definitiva: sentirse vivo entre tanto muerto y subordinado psicópata («quédate en casa») o psicopateado («me gustaría salir, pero mis amigos/familia me dicen que no sea irresponsable»).
  13. La regulación no afecta entonces las fiestas «clandestinas» (palabra pésimamente utilizada en el caso, valga aclarar), ya que si el interés verdadero existiera, se podría resolver. Lo que busca regular, panóptico mediante, pero también con una incapacidad manifiesta de organización para resolver problemas antes que crearlos, es en definitiva la práctica libertaria (incluida la que conlleva riesgos). En esa práctica está el sexo, que como bien sabemos, solo es practicado por los jóvenes.
  14. El resto de la comunidad, trabajadora, aportante, monógama, calladita, ingresa en el terreno de lo tolerable mientras no se queje y mientras no deje en evidencia la mentira organizacional de un gobierno sentenciado por su propia incapacidad, limitado a dispararse en los pies hasta quedarse sin deditos. A su vez la obsesión por el control (simbólico a esta altura) es el complemento perfecto de la pérdida de autoridad de la palabra presidencial, ausente de credibilidad de cualquier clase.
  15. No solo se trata de un gobierno sin ideas, censor y regulador de libertades individuales, incapaz de organizar un rumbo de salida del propio atolladero. También ha desarrollado una espacial psicopatía incluso contra los propios jóvenes que lo votaron (porque el progresismo, como bien sabemos, funciona muy bien cuando uno es joven, aunque no en todos, claro). Esa psicopatía ha adquirido ahora, bajo la lógica decimonónica de la inmunización (ver aquí) un nuevo capítulo: la regulación de la intimidad y la administración de la experiencia.
  16. La nueva juventud maravillosa trabaja, estudia, no coge (excepto que sea con parejas monógamas bajo un mismo techo), va de la casa al trabajo o del trabajo a casa. O se queda en su monomabiente mientras se le vence el contrato de alquiler excedido que le estallará en las manos como meteorito y, como monje budista, sobrevive en abstinencia con arroz. La nueva juventud maravillosa es la que gusta porque calla, porque está como ausente. Curiosamente se parece mucho a las juventudes que el totalitarismo siempre quiso de su lado.

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